viernes, 11 de marzo de 2022

MISILES, RENOVABLES Y DINERO.

 

  



LO QUE CAE DEL CIELO

Por Delfín Martín

Los humanos nos pasamos la vida mirando hacia arriba. Y los motivos pueden ser muy variados; desde la relajada contemplación del movimiento de las nubes o el vuelo de las aves, hasta la búsqueda de respuestas a las grandes preguntas del universo, pasando por la necesidad de predecir el tiempo que hará mañana. Hoy hay millones de ciudadanos ucranianos pendientes del cielo por si les cae una bomba, mientras algunas empresas energéticas ven ascender el precio del gas y también caer en sus bolsillos millones de euros en beneficios. La situación no puede ser más injusta. O quizá sí.

El sistema marginalista de fijación de precios de la electricidad ya era demencial antes de la invasión decidida por Putin. Consiste en que la fuente de energía más cara, actualmente el gas, marca el precio al que se paga toda la electricidad producida cada hora del día. Eso supone que otras energías mucho más baratas de producir, como la hidroeléctrica, la nuclear o las renovables, son en realidad tan caras para el consumidor como llegue a ser el gas. Y ahora, con este combustible disparado a causa del bloqueo de la importación desde Rusia, la industria energética europea multiplica sus beneficios y su cotización, mientras las familias y las empresas que necesitan la energía ven multiplicarse su gasto eléctrico en la misma proporción, viéndose incluso abocados al cierre o a situaciones de pobreza energética. Incluso en mitad de una guerra, algunos se siguen frotando las manos y no porque pasen frío.

Las autoridades europeas parecen incapaces de acometer el cambio de sistema, sin que se entiendan las razones. El sistema marginalista, ya bastante perverso en tiempos de bonanza económica, cobra ahora otra dimensión que me atrevería a calificar de suicida, por las dramáticas consecuencias sobre vidas humanas que puede sumar a las obvias del conflicto.

Y para agravar más un tema tan irracionalmente trágico, ahora las empresas energéticas y los mandamases políticos de la UE ven la solución en la escalada de instalaciones de generación renovable, argumentando que esas fuentes milagrosas reducirán el precio de la luz, porque en lugar de carísimos combustibles fósiles usan la fuerza del viento y el calor del sol que, como todo el mundo sabe, son gratis.

Pero si se mantiene la misma trampa marginalista, con que una sola planta de ciclo combinado vierta a la red el último megavatio que falta en la subasta, dará igual: la factura de la luz se elevará a las alturas como el gas y los pobres consumidores nos quedaremos mirando al cielo, soñando con que un día baje como prometieron que pasaría. Pero sólo veremos cientos de palas de aerogeneradores gigantescos, alterando la tranquilidad del paisaje que un día fue rural. Y al final de un día cualquiera, nos terminaremos marchando.

Mejor haríamos en mirar al suelo que ocuparán millones de placas fotovoltaicas (me niego a llamarlas solares, que suena más natural y poético) y decenas de miles de aerogeneradores (me niego a llamarlos molinos, que suena más caballeresco y romántico), que vendrán a alterar paisajes de los que vive el turismo, a desplazar y destruir la rica biodiversidad que estamos obligados a proteger, a robar superficie fértil donde producir alimentos, que ahora se convertirán en el siguiente bien escaso del primer mundo, tan industrializado con el monocultivo energético para evitar su dependencia exterior, que caerá de cabeza en una nueva dependencia alimentaria. Y a todo esto, seguiremos dependiendo también del precio que quieran poner a la luz estos señores, tan preocupados por el cambio climático y tan vestidos de verde, que están dispuestos a todo para conservar sus beneficios y sus privilegios a costa de lo que sea.

Así está el mundo: a unos les caen bombas y a otros miles de millones en beneficios. Una guerra es más difícil de parar, pero los que tienen en su mano las soluciones al otro asunto, siguen mirando al cielo como quien oye llover. Ahora dicen que igual se reúnen en un par de semanas... estarán liados. Me quedo mirando al cielo, a ver a qué altura pasa volando la próxima factura de la luz. 

Y sigo soñando con el día en que prime la cordura y alguien decida apostar por otro modelo de transición, con renovables, sí... pero no así.


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