miércoles, 6 de abril de 2022

DECISIONES AL CALOR DE UNA GUERRA


Los gobiernos y la industria energética
manejan miles de millones,
pero no saben contar hasta diez.




Está más que demostrado que las decisiones en caliente conducen al desastre, pero seguimos sin aprender.

Recientemente hemos visto a un actor reaccionar impulsivamente ante un chiste y abofetear a un compañero, arruinándose su día de gloria y, probablemente, poniendo fin a su carrera. No supo contar hasta diez.

Unas semanas antes, el líder de una potencia nuclear decidió invadir un país vecino, provocando miles de muertos, millones de refugiados y una crisis mundial sin precedentes, al desestabilizar los mercados globales de energía y alimentos.

Vladimir Putin primero y Will Smith después, en lugar de contenerse, respirar y pensar, la cagaron.

Y con estos dos ejemplos todavía calientes, el Gobierno de España pretende solucionar la disparatada subida del precio de luz, con una decisión igual de disparatada: acelerar la instalación de megacentrales renovables, dando carta blanca a la industria energética para invadir territorios rurales, saltándose trámites, acortando plazos y eliminando la necesidad de estudios de impacto ambiental.

En pleno calentón, los encargados de la transición ecológica se levantan de sus sillones y abofetean al medio ambiente, a la biodiversidad y a los habitantes de la España despoblada, que no tienen masa social ni recursos para mostrar oposición, ante la transformación radical de su entorno y modo de vida.

Deciden que toca arrasar pastos y bosques por el bien común y por el futuro. Usan la lucha contra el cambio climático, como excusa para industrializar miles de hectáreas de suelo productivo y convertir a agricultores y ganaderos en los nuevos refugiados; familias expulsadas de su tierra y obligadas a empezar una nueva vida en otro lugar, que les es completamente desconocido.

Con el objetivo de contener la dependencia energética del exterior, planean sembrar de máquinas y espejos lugares donde ahora hay hierba, fruta y cereales, agravando otra dependencia igual de peligrosa: la de alimentos de primera necesidad.

Les pueden las prisas. Y los estudios de impacto ambiental, que son los que permiten llamar “ecológica” a esta transición, se empiezan a ver desde el ministerio como un freno; una pérdida de tiempo innecesaria.

Los beneficios de las renovables podrían ser verdes, pero no quieren esperar a ver si en su despliegue se ocupan espacios naturales, se sacrifican especies amenazadas o se termina de vaciar la España despoblada, lo que demuestra que el beneficio que se persigue debe ser de un verde diferente.

Vladimir Putin quería salvar a los ucranianos de una tiranía fascista, así que decidió bombardear sus casas, sus hospitales y escuelas, para que dejaran de sufrir con tanta opresión. No hay duda de que su intención real también era diferente a la declarada.

Si de verdad se pretendiera beneficiar a las personas reduciendo el precio de la luz y proteger el medio ambiente, la transición se haría de otra manera: con calma, con una correcta planificación, apostando primero por la eficiencia y el autoconsumo, contando con la ciencia y con la población local, midiendo los efectos sobre el territorio, la biodiversidad y las frágiles economías locales, para evitar que acaben siendo, otra vez, las víctimas sacrificadas para el desarrollo de los demás; daños colaterales de nuevas decisiones precipitadas, que nunca cuentan con su opinión. 

En lugar de pararse a pensar, van a convertir la gran oportunidad que suponen las renovables en un terrible error, fraguado al calor de una guerra. Contando gigavatios y millones en lugar de contar hasta diez.


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