Está más que demostrado que las decisiones en caliente conducen al desastre, pero seguimos sin aprender.
Recientemente hemos
visto a un actor reaccionar impulsivamente ante un chiste y abofetear a un
compañero, arruinándose su día de gloria y, probablemente, poniendo fin a su
carrera. No supo contar hasta diez.
Unas semanas antes, el líder de una potencia nuclear decidió invadir un país vecino, provocando miles de muertos, millones de refugiados y una crisis mundial sin precedentes, al desestabilizar los mercados globales de energía y alimentos.
Vladimir Putin primero y Will Smith después, en lugar de contenerse, respirar y pensar, la cagaron.
Y con estos dos ejemplos todavía calientes, el Gobierno de España pretende solucionar la disparatada subida del precio de luz, con una decisión igual de disparatada: acelerar la instalación de megacentrales renovables, dando carta blanca a la industria energética para invadir territorios rurales, saltándose trámites, acortando plazos y eliminando la necesidad de estudios de impacto ambiental.
En pleno calentón, los encargados de la transición ecológica se levantan de sus sillones y abofetean al medio ambiente, a la biodiversidad y a los habitantes de la España despoblada, que no tienen masa social ni recursos para mostrar oposición, ante la transformación radical de su entorno y modo de vida.
Deciden que toca arrasar pastos y bosques por el bien común y por el futuro. Usan la lucha contra el cambio climático, como excusa para industrializar miles de hectáreas de suelo productivo y convertir a agricultores y ganaderos en los nuevos refugiados; familias expulsadas de su tierra y obligadas a empezar una nueva vida en otro lugar, que les es completamente desconocido.
Con el objetivo de contener la dependencia energética del exterior, planean sembrar de máquinas y espejos lugares donde ahora hay hierba, fruta y cereales, agravando otra dependencia igual de peligrosa: la de alimentos de primera necesidad.
Les pueden las prisas. Y los estudios de impacto ambiental, que son los que permiten llamar “ecológica” a esta transición, se empiezan a ver desde el ministerio como un freno; una pérdida de tiempo innecesaria.
Los beneficios de las renovables podrían ser verdes, pero no quieren esperar a ver si en su despliegue se ocupan espacios naturales, se sacrifican especies amenazadas o se termina de vaciar la España despoblada, lo que demuestra que el beneficio que se persigue debe ser de un verde diferente.
Vladimir Putin quería salvar a los ucranianos de una tiranía fascista, así que decidió bombardear sus casas, sus hospitales y escuelas, para que dejaran de sufrir con tanta opresión. No hay duda de que su intención real también era diferente a la declarada.
Si de verdad se pretendiera beneficiar a las personas reduciendo el precio de la luz y proteger el medio ambiente, la transición se haría de otra manera: con calma, con una correcta planificación, apostando primero por la eficiencia y el autoconsumo, contando con la ciencia y con la población local, midiendo los efectos sobre el territorio, la biodiversidad y las frágiles economías locales, para evitar que acaben siendo, otra vez, las víctimas sacrificadas para el desarrollo de los demás; daños colaterales de nuevas decisiones precipitadas, que nunca cuentan con su opinión.
En lugar de pararse a
pensar, van a convertir la gran oportunidad que suponen las renovables en un
terrible error, fraguado al calor de una guerra. Contando gigavatios y millones en lugar
de contar hasta diez.